Derecho

Economía digital
21 de septiembre de 2022

La tensión entre mercado, capital y sostenibilidad: el caso de las criptomonedas

Nada denota más la ausencia de una visión holística de la sostenibilidad que el crecimiento y consolidación de las criptomonedas. En un momento de crisis climática, el crecimiento la web 3.0 basado en la oferta de servicios facilitados por las llamadas Tecnologías de Registro Distribuido DLTs (especialmente voraces en términos energéticos) plantea la necesidad de repensar la idoneidad de ciertos desarrollos tecnológicos y el impulso entusiasta de algunos actores del mercado, frecuentemente apoyados en la especulación momentánea, para extraer altas rentabilidades y pasar luego a otra nueva tecnología donde, el afán de los inversionista estará enfocado simplemente en apalancar otros ciclos especulativos cortos sin tener en cuenta los costos ambientales de largo plazo.

En términos generales es posible afirmar que las tecnologías digitales siguen ciegamente el paradigma que caracterizó la explotación de los recursos naturales a lo largo de siglo pasado. Así, el estallido de los años 80 en el uso de derivados del petróleo para la producción de productos plásticos y polipropilenos, que hoy inundan nuestros ríos y océanos, es comparable al auge de la oferta de servicios como los criptoactivos, el almacenamiento en la nube, los tokens no fungibles NFTs y los metaversos. Toda esta nueva cadena de valor global en torno a los servicios en línea no tiene lugar en un espacio virtual desconectado de los recursos tangibles que las empresas y los individuos comercian activamente en los mercados globales de bienes materiales. Por el contrario, la viabilidad financiera y comercial de los servicios en línea, depende de la disponibilidad de recursos naturales no renovables.

Por un lado, actividades en línea tan elementales como enviar un correo electrónico implica uso de recursos tangibles como almacenamiento en servidores y uso de redes que a su vez consumen energía eléctrica y recursos naturales. Así, según un simulador de impacto ambiental de e-mails, enviar y recibir 70 correos electrónicos al día (incluido spam) genera unos 84 kg de CO2 al año por persona, lo que es equivalente al impacto que generan el uso de unas 8.400 bolsas plásticas. Pero el caso de las criptomonedas y su impacto en el medio ambiente es incluso más preocupante.

En efecto, según una estimación de la Universidad de Cambridge, solo el minado y especialmente el sistema de pruebas de trabajo (proof of work) que requiere de Bitcoin consume en electricidad el equivalente a 94,5 teravatios-hora al año, una cantidad suficiente para proveer electricidad por un año a todos los hogares de Colombia cuyo consumo para 2021 fue de 76 teravatios-hora. En el mismo sentido, un reciente informe de la Presidencia de los Estados Unidos indica que la energía que consumieron los criptoactivos en el último año supuso entre 25 a 50 megatoneladas de emisiones de CO2 lo que equivale a al 0,4% a 0,8% de las emisiones del mismo país.

Así las cosas, devolver el péndulo de la globalización para que la huella ambiental forme parte de los criterios de consumo en los entornos digitales, como lo hemos conseguido, tardíamente en otros ámbitos de consumo, debe ser una prioridad para la que es necesaria impregnar la economía digital de una conciencia ambiental que refleje la huella energética que hace posible nuestras interacciones en el mundo virtual.

Este reto puede parecer una observación simplista, sin embargo la realidad es que el descuido de los costes ambientales es una característica de la etapa de desarrollo del capitalismo tardío. Por ello, alimentar la reflexión sobre la sostenibilidad implica reconocer las múltiples y complejas relaciones que están en el origen de los productos y servicios disponibles en los mercados digitales.

La fragmentación normativa es otro factor que añade complejidad y profundidad a las reflexiones medioambientales que deben ocupar a los reguladores. Sólo un nuevo ethos por parte de los encargados de la innovación y el desarrollo de los productos digitales podría garantizar el uso consciente de las energías subyacentes que hacen posible nuestras experiencias en los mundos virtuales.

Autor:

Guillermo Rodrigo Corredor
Docente investigador
Departamento de Derecho Económico