Análisis Económico del Derecho
24 de febrero de 2021
“Pragmatismo” o factores conductuales en las políticas públicas
La economía del comportamiento provee herramientas que pueden ser útiles para la prescripción de políticas públicas, pero no en todos los casos. Hay que emplearlas cuando sea necesario y apropiado para explicar, predecir y definir una política pública. Mejores predicciones mejoran nuestra habilidad de identificar la política pública óptima que nos ayude a promover el bienestar general.
El filósofo moral Erik Angner en su artículo We’re All Behavioral Economists Now (2019) comienza aludiendo a la distinción entre los enfoques de racionalidad de la “economía del comportamiento” (behavioral economics) y de la “economía estándar o neoclásica” (mainstream economics). Ergo, que desarrollos recientes en ambos enfoques sugieren que una «síntesis» puede avizorarse en el horizonte no muy lejano.
Algunos economistas argumentan que se han incorporado factores conductuales en la teoría estándar y que por tal motivo la economía del comportamiento tiene sus días contados. Pero lejos de indicar que la economía del comportamiento, como un programa de investigación independiente, haya muerto, la síntesis propuesta representa la conversión de los economistas neoclásicos en comportamentalistas (Angner, 2019).
La economía del comportamiento se define a sí misma, al menos en parte, en oposición a la economía estándar. Esto fue cierto para la “vieja” economía del comportamiento de Herbert A. Simon (Premio Nobel de Economía 1978) que trabajó la racionalidad acotada y también es cierto para la “nueva” economía del comportamiento de Daniel Kahneman (Premio Nobel de Economía 2002) y Amos Tversky que trabajaron con heurísticas y sesgos cognitivos donde se dibuja un contraste explicito con los modelos de racionalidad estándar.
Este contraste radica en las definiciones. La economía del comportamiento enfatiza la manera en que sus definiciones son psicológicamente más “realistas” que las definiciones de la economía estándar y/o en la manera en que “relaja” los supuestos tan estrechos de la economía convencional.
En su libro de texto sobre Economía del Comportamiento[1], al profesor Angner le reclamaron que hacía mucho énfasis en las diferencias entre la economía neoclásica y el behavioral. Pero esas diferencias últimamente son poco relevantes. En lugar de hablar de las diferencias, le argumentaron que debió enfatizar que cada enfoque provee a los economistas de herramientas que pueden ser útiles y que, entre cada campo, los economistas pueden elegir la mejor (Angner, 2019).
Anteriormente los economistas neoclásicos y los comportamentalistas apenas y hablaban entre ellos, es más, los cursos sobre comportamiento se ofrecían en departamentos de ciencias sociales y no en el tradicional Department of economics. Sin embargo, recientemente algo parece haber cambiado: hoy en día, economistas neoclásicos y comportamentalistas , a su manera, minimizan las diferencias entre ambos enfoques. Repentinamente ambos tipos de economistas están ansiosos por enfatizar en las continuidades más que en las controversias.
El tono conciliador es cada vez más explícito en la literatura académica. Para el profesor Angner el caso representativo de este cambio en la literatura es: Behavioral Economics and Public Policy: A Pragmatic Perspective de Raj Chetty (2015).
El economista indo-norteamericano Raj Chetty de 41 años, y profesor de economía en Harvard, pone en relieve el debate sobre el enfoque comportamental versus el neoclásico, que a menudo implican más o menos fundamentos filosóficos, incluido el supuesto de que las personas son racionales en situaciones de mercado. Pero evidentemente Chetty está muy poco interesado por ese tipo de discusión, solo hace notar, dócilmente, que este debate ha probado ser contencioso con argumentos en favor de cada punto de vista en diferentes situaciones.
Chetty (2015) enfoca el debate en la economía del comportamiento desde una perspectiva más pragmática y orientada hacia los decisores de políticas, en lugar de poner en el centro una pregunta de orden filosófico: ¿los supuestos de los modelos neoclásicos son válidos? Su perspectiva pragmática comienza con una pregunta de política pública y luego incorpora factores conductuales en la medida que mejoren las predicciones empíricas y las decisiones políticas.
Su noción de pragmatismo es notoriamente resbaladiza, su enfoque pragmático sugiere que los economistas neoclásicos pueden pedir prestado libremente de la economía del comportamiento lo necesario para explicar y predecir fenómenos económicos e informar decisiones de políticas, sin antes asumir una postura sobre las preguntas fundacionales o filosóficas (Angner, 2019).
El caso de Chetty se alimenta de la creciente narrativa acorde con que la economía del comportamiento está condenada: los modelos neoclásicos son exitosos explicando y prediciendo en un amplio rango de fenómenos observados en el campo y en el “laboratorio”.
Una clase de fenómenos explorados por economistas comportamentalistas son, en efecto, consistentes con el marco de la economía neoclásica ―por ejemplo, las preferencias sociales caen en esta categoría―, simplemente acomodando y añadiendo otra variable en una función de utilidad estándar.
Muchos fenómenos comportamentalistas pueden ser y han sido incorporados exitosamente en la economía neoclásica, por lo tanto, el argumento concluye que la economía estándar ha asimilado o va a asimilar todas las ideas importantes y que la economía comportamental como un programa aparte o independiente está a punto de terminar.
Angner (2019) examina la naturaleza y las implicaciones de la “nueva síntesis”, es decir, del intento de reconciliación entre la economía del comportamiento y la neoclásica, y usa como analogía la síntesis neoclásica de los 50´s con Samuelson y Hicks. Su intención no es criticar la decisión de Chetty de eludir cuestiones filosóficas en favor de abordar cuestiones de políticas públicas, sino explorar qué significa la “nueva síntesis” para la economía contemporánea.
El enfoque pragmático de Chetty (2015) no deriva cuestiones de los fundamentos filosóficos de la economía del comportamiento, simplemente asume una respuesta para esas cuestiones. Donde esas respuestas son las mismas de los economistas comportamentalistas , por lo tanto, fácilmente la nueva síntesis puede ser llamada Behavioral Synthesis.
Esto no significa que se elimine la economía del comportamiento como un programa independiente, pero si la consumación de la conversión de los economistas neoclásicos en conductuales. En la medida que adoptemos la síntesis comportamentalista, entonces todos seremos economistas del comportamiento (Angner, 2019).
Angner se pregunta: ¿Cuál es el enfoque pragmático de Chetty y qué es lo supuestamente nuevo de éste? Chetty (2015) demuestra su enfoque en un contexto sobre tres de las decisiones más importantes en la vida de una persona: cuánto decide ahorrar (para su retiro), cuánto decide trabajar, y dónde decide vivir. Las tres implican cuestiones de política pública.
Dentro de sus objetivos, Chetty (2015) define que las ideas de la economía del comportamiento pueden rendir las mejores respuestas para esas tres cuestiones. Así mismo reconoce que la economía del comportamiento produce mejores respuestas en varios sentidos.
Primero, genera un mejor entendimiento del rango de herramientas disponibles para un hacedor de políticas. Segundo, la economía del comportamiento rinde mejores predicciones de los efectos de varias decisiones de política pública sobre el comportamiento de las personas, como el encuadre (framing), valores predeterminados (default options) o la inercia mejoran las predicciones sobre como las personas responden a varios cambios en las políticas públicas. Tercero, la economía del comportamiento genera mejores predicciones del “efecto bienestar” de los cambios en las políticas públicas (Chetty, 2015).
En opinión de Chetty (2015), lo que hace este enfoque pragmático diferente y novedoso es el hecho que no prejuzga si un modelo neoclásico o comportamentalista será más adecuado en cierto caso, y señala que en ciertas aplicaciones, los factores conductuales pueden jugar un rol secundario cuando un simple modelo neoclásico es suficientemente preciso para explicar y predecir un fenómeno; en otras circunstancias, factores conductuales juegan un papel principal y un modelo comportamental puede ser necesario para predecir, explicar y formular políticas.
La decisión de utilizar un modelo comportamentalista, o no, debe tratarse como cualquier otra decisión de modelización. En este sentido, la economía del comportamiento es mejor vista como parte del kit de herramientas de los científicos sociales más que como un subcampo separado (Chetty, 2015).
Como cualquier otra herramienta, los modelos conductuales deberían ser utilizados cuando las condiciones lo demanden, ignorando otros modelos, y esa decisión debe tomarse viendo caso por caso.
El mensaje central de Chetty (2015) es que la decisión de incluir factores comportamentales en los modelos económicos debe considerarse como una elección pragmática más que filosófica. Para Chetty, la virtud del enfoque pragmático es que evita o sobrepasa los argumentos “filosóficos” abstractos sobre la superioridad de la economía neoclásica frente a del comportamiento.
Evidentemente, Chetty no cree que pensar en los argumentos sobre los fundamentos filosóficos de la economía del comportamiento frente a la neoclásica sea un buen uso del tiempo de los economistas o de los policy makers. Entonces, otro beneficio del enfoque pragmático sería reasignar este recurso escaso a usos más productivos (Angner, 2019).
Aquí vemos como Chetty (2015) concuerda en que la economía trata de la asignación eficiente de los recursos escasos. El mismo autor ve el debate abstracto “filosófico” sobre la superioridad de la economía del comportamiento frente a la neoclásica como una distracción del verdadero trabajo de los economistas. Ergo, tiene razón en que las decisiones de la vida sobre cuánto ahorrar, cuánto trabajar y dónde vivir son buenas candidatas para un tratamiento comportamentalista.
En primer lugar, las principales decisiones de vida son relativamente raras y sus consecuencias no se ven inmediatamente, lo que significa que un individuo tiene pocas oportunidades de aprender de su experiencia personal a lo largo de su vida.
Inclusive los economistas neoclásicos han estado de acuerdo en que es poco probable que sus modelos sean aplicables, excepto cuando los problemas de decisión son relativamente simples, los incentivos sean los adecuados y el aprendizaje de prueba y error es suficiente (Binmore, 1999).
En segundo lugar, en las principales decisiones de la vida de una persona, hay mucho en juego, lo que significa que las intervenciones de políticas exitosas que ayudan a las personas a tomar mejores decisiones pueden ser potencialmente muy beneficiosas. Por ejemplo, un leve aumento en los ahorros mensuales temprano en la vida puede tener una gran diferencia en la jubilación (Angner, 2019).
Sin embargo, a decir de Angner (2019) no hay nada radicalmente nuevo sobre el enfoque pragmático de Chetty (2015). El enfoque que él describe es lo que los economistas del comportamiento han defendido desde el principio.
Lo primero que hay que señalar es que los economistas del comportamiento nunca se han opuesto al uso de la teoría estándar cuando las condiciones lo requieren. De hecho, varios de ellos se han esforzado por elogiar sus poderes explicativos y predictivos, por no mencionar su utilidad en aplicaciones políticas (Angner, 2019).
Finalmente, ¿qué hace que el enfoque comportamentalista sea diferente del tradicional neoclásico? Por definición, la economía del comportamiento trata de aumentar el poder explicativo y predictivo de la teoría económica al proporcionarle fundamentos más plausibles desde el punto de vista psicológico, donde “psicológicamente plausible” significa consistente con la teoría psicológica disponible más amplia. Deshacerse de las teorías, los métodos y los supuestos neoclásicos cuando funcionan equivaldría a expulsar el agua sucia con todo y bebé, y no hay nada en la economía del comportamiento que sugiera hacer tal cosa (Angner, 2019).
Lo que recomiendan los economistas del comportamiento es incorporar ideas extraídas sobre todo de la psicología cognitiva contemporánea cuando sea necesario y apropiado para explicar, predecir y definir una política pública. Pero este es el procedimiento exacto que Chetty (2015) defiende. El enfoque pragmático de Chetty (2015) hacia la economía del comportamiento es justamente la economía del comportamiento.
Autor:
José Manuel Ortega Urbina*
Facultad de Economía
Universidad Nacional Autónoma de México
Referencias
*Estudiante de Licenciatura en Economía, Universidad Nacional Autónoma de México. Con especial interés en la racionalidad, razonamiento basado en modelos y toma de decisiones colectivas Contacto: comunidad.unam@comunidad.unam.mx
[1] Angner, E. (2016). A Course In Behavioral Economics, United Kingdom: Macmillan, 2nd ED.
Angner, E. (2019). We’re all Behavioral Economists Now, Journal of Economic Methodology, 26(3): 195-207. doi: 10.1080/1350178X.2019.1625210
Binmore, K. (1999). Why experiment in economics? The Economic Journal, 109(453): F16–F24. doi:10.1111/1468-0297.00399
Chetty, R. (2015). Behavioral Economics and Public Policy: A Pragmatic Perspective. American Economic Review, 105(5): 1–33. doi:10.1257/aer.p20151108